Las luces se apagan, suena un tambor, se ilumina el escenario y lo primero que veo son árboles secos, chozas y hombres y mujeres encuerados. ¿Encuerados?, ¿qué no venía a ver bailar folclor? Lo que vieron mis ojos ese día marcó mi vida, esa danza de guerreros locos como chivos en el campo y mujeres delicadas cual toque de menta en una bebida refrescante: Perro de fuego se llamaba, pero ¿dónde estaba el perro? ¿y el fuego? ¿el perro sería de raza, como su técnica? ¿Por qué los dejarán andar encuerados en el escenario? ¿Me dejarán bailar con ellos y usar ese traje de charro que tanto me gusta? Debo preguntarle al señor Zamarripa. Ese fue mi primer acercamiento al trabajo del maestro Rafael, que a mí como a muchos otros causó tal asombro que decidí indagar más.
Co-Ti-Ca, Co-Ti-Ca, Co-Ti-Ca, Co-Ti-Ca Co-Ti-Ca, la duela retumbaba, los holanes de las faldas revoloteaban como mariposas al emprender el vuelo, ese aroma a brea que solo se equiparaba con el olor a mi platillo favorito, sombreros y sarapes multicolor que me recordaban a la feria de Jocotepec, mi pueblo, y a lo lejos un hombre mayor sentado en una silla de ruedas al que le bailaban los pies con mucha inquietud al escuchar los acordes de El son de la Negra, apoyado más con sus ganas de aferrarse a la vida, que por la energía que generaba su cuerpo atacado por el paso del tiempo. Se levantó, sonrió y dijo “va de nuevo, pero ahora disfrútenlo”. Era Rafael Zamarripa, un hombre de pelo color plata, tan plata como la cadenita que traía colgada en el cuello.
Líneas, líneas y más líneas se dibujaban en la duela, líneas como las que el paso del tiempo ha dejado en su rostro, líneas, esas que plasman la historia en un libro, líneas como las que nos exigen incansablemente en nuestras clases de ballet, líneas como las que seguimos en una sociedad cerrada a la libertad y la expresión, líneas que él decidió romper. ¿Pero cómo narrar en unas cuantas líneas la vida y obra de un personaje que ha representado tanto para los artistas del folclor?
Desde la posición cero
Con una mirada distante pero no perdida, el hombre recuerda sus inicios en la danza, esos que muchos mencionan, pero pocos conocen a detalle:
Yo aprendí a bailar en los corredores de la Escuela de Artes Plásticas, aprendí porque tenía que bailar en los cursos que organizaba la Universidad de Guadalajara con estudiantes de Estados Unidos. Mario Pizano me enseñó a bailar, él era de Colima, pero a mí me enseñó aquí en Guadalajara, aprendí con zapatos. Lo único que yo bailaba era lo tradicional, El son de la Negra, El son del caballito, El son de las copetonas y ¡La culebra! siendo esta última la que más me gustaba, porque yo sentía mucha pasión cuando oía la música, me parecía que estaba escuchando El Bolero de Ravel, en aumento, en aumento, en aumento, hasta que terminaba en una catarsis que era la muerte de un bailarín mordido por el reptil en los brazos de las muchachas.
Después de que aprendí con Mario Pizano fui a hacer audición con nada más ni nada menos que la famosa miss Cuca, pionera de la danza folclórica de Jalisco, todos querían bailar con ella y pues yo no era la excepción, ¿y qué crees? Al primero que rechazó fue a mí, dijo que lamentablemente yo no tenía talento, y qué bueno que me lo dijo porque tal vez por eso bailo, para demostrarle que si podía. Después logré bailar en su grupo y me di cuenta de que ella no era maestra, ella era una líder maravillosa, extraordinaria, una mujer con una personalidad increíble, que tenía el poder de sujetar a un grupo de jóvenes que podía tener guardado en un closet y en un momento dado decirles “salgan y bailen, invadan el espacio”.
Libertad, descubrimiento, Amalia
Yo estudiaba escultura en la Escuela de Artes Plásticas, al mismo tiempo tomaba clases de baile folclórico. “Una señora muy importante vendrá a vernos”, exclamó mi maestro: “engrasen sus zapatos para estar listos”. Digo zapatos porque no había botas en ese entonces, solo zapatos, por eso se le llama zapatear, sino pues se le llamaría botear.
Recuerdo que esa tarde llegó la señora Amalia pero mi pareja de baile no, me quedé parado viendo como la importante señora veía bailar a todos mis compañeros menos a mí. ¿Tú no bailas?, me preguntó, a lo que le contesté que no porque no tenía pareja; ella, sonriente, me dijo que bailara con cualquiera de las muchachas que ya habían participado, volteé a verlas y nadie, todas se hacían charamuscas y se escondían detrás de las columnas como diciendo “a mí que ni me vea”, pero en esa ocasión andaba una muchacha que no era del grupo, pero que bailaba muy bonito, no era guapa, pero bailaba precioso, la chica se acercó a mí y me dijo “vamos a bailar para que te vea la señora” y bailé.
Así fue como Amalia me vio bailar y al terminar me dijo “te vas a venir a bailar conmigo al Ballet Folklórico de México”, pos quién sabe qué será eso, pensé. Luego aseguró que viajaríamos por el mundo, a lo que le contesté “no señora, yo estudio escultura, voy a ser escultor”, yo estaba chiquillo, tenía 16, 17 años, pero dentro de mi cabeza las preguntas saltaban: ¿Quién será esta señora tan maravillosa? Porque tenía unas piernas que a mí… siempre me han encantado las piernas y ella llevaba unas medias de red color carne y una camisa de seda color palo de rosa con una cosa terrible: traía un puntito de mole, yo creo que era mole, después se lo confesé porque ella y yo nos hicimos muy amigos. Ella insistió diciéndome que viajaríamos por todo el mundo y que ya luego me dejaría becado con el escultor más importante de Roma, y así fue, estudié con Sandro Tagliolini después de que acepté irme a bailar con esa señora que no conocía, pero cuyas piernas me habían encantado. Me invitó aquella noche a ver su compañía, el Ballet Folklórico de México (BFM): desde que entré tuve la impresión maravillosa de ver el teatro lleno, abarrotado, y yo no comprendía en qué momento esa mujer se había hecho de tanta fama, me senté y vi el espectáculo, pero los primeros cinco minutos bastaron, todavía tengo la boca abierta que no la puedo cerrar bien, se me queda a medias de la impresión tan maravillosa que me dio al ver a los caballeros águila con unas caudas de plumas de gallo unidas unas a otras que llegaban casi hasta la cintura, así empezaba la danza. Amalia sola en el escenario con un tambor que golpeaba hasta casi tronar el cuero, y yo decía “¡Ámonos, ésta viene de genio!”
Después de ver eso tan maravilloso yo pensaba que no iba a poder, yo solo había bailado en los corredores de Artes Plásticas, pero al final de la función Amalia les dijo a sus bailarines: “Miren muchachos del ballet, póngan mucha atención, este jovencito que está aquí se viene con nosotros al Festival de las Naciones de París (1961)”. Pos no les digo que se me cayó todo. Y recordé que al inicio del espectáculo salían por atrás dos personajes con braseros con copal y pensé: ¡ay, pues uno de esos voy a ser yo! En aquel año me despedí del grupo de Artes Plásticas con la intención de irme a París, hecho que jamás se concretó porque me lesioné un tobillo. El BFM regresó de Europa con el primer lugar y yo pensé que ya no me iban a querer, pero no fue así, me llamaron para saber cuando me iba a ir, y yo ni tarde ni perezoso abordé uno de esos autobuses maravillosos Tres estrellas de oro: ahí voy con mis dos velices al Distrito Federal, sin saber que ese mundo de los bailarines profesionales era tan especial.
¿Y esta cosa de Jalisco a qué viene, qué va a bailar o qué sabe bailar? Así se expresaron mis nuevos compañeros sobre mí; pero eso no fue lo peor, me tenía que poner unos aparatos abajo de los calzones que se llaman suspensorios, no me sentía bien que se me metiera algo así en la colita, entonces me ponía unos calzones abajo y después de los calzones me ponía el suspensorio, me quedaba más ventilado el asunto, y yo pues me sentía menos violentado.
Bailé con BFM, hice varias giras, pero no sé, me parece extraño que nunca me consideré bailarín, porque los compañeros eran muy bien parecidos, altos, y pues yo era un ñengo desfiguradón.
John F. Kennedy pisaba la tierra de los eternos zapateadores, Aura y Felipe vivían su amor entre las líneas de la novela de Carlos Fuentes, las mujeres vampiro aterraban al pueblo y el enmascarado de plata nos protegía, todo esto mientras Rafael Zamarripa empañaba los vitrales del Palacio de Bellas Artes con un sudor emanado del aplauso y la ovación de más de mil almas reunidas aquel día al sonido del mariachi.
Del corredor de Artes al teatro Degollado
Recordando los inicios del Ballet Folclórico de la Universidad de Guadalajara, Zamas, como le decimos ahora en confianza, asegura que el único fundador fue él, que antes se llamaba Grupo Folclórico de la Escuela de Artes Plásticas, creado por artistas de esa institución como Emilio Pulido, Melitón Salas, Daniel González y el mismo Zamarripa.
Empecé a bailar con Amalia en el BFM, y a mi regreso de las giras internacionales ella me permitió regresar a Guadalajara para seguir trabajando con mi grupo. Allí fue cuando comencé a implementar el calentamiento en la clase y una organización más didáctica. Así nació el Grupo Folclórico de la Universidad de Guadalajara, de hecho, ganamos el Concurso Nacional de Danza. Yo, junto con Amalia Hernández y la señora María Esther Zuno de Echeverría, fuimos quienes equipamos el teatro Degollado. En ese tiempo propuse al departamento de Turismo que nos patrocinaran funciones dominicales en el Degollado, pero no les interesó, aun así, nos adueñamos del teatro, nos costó rehacerlo todo, trabajamos muchos años en él, como si fuera nuestro.
En el grupo folclórico no había un repertorio muy amplio, solo se bailaba Jalisco, Veracruz y Tamaulipas, que era el único vestuario que teníamos, pero había mucha energía y capacidad que yo quise aprovechar.
Antes pensaba que las tradiciones se deben quedar intactas, por eso quise hacer mi propio trabajo, mis creaciones, para que nadie se molestara si yo cambiaba algo del repertorio que ya estaba montado, pero también creo que tantos bailes que ahora se observan como tradicionales, alguien tuvo que haberlos inventado, entonces ¿por qué yo no tendría derecho a sentir esa emoción de crear y echarme un guaco cuando me diera la gana? La danza debe de nacer de un sentir natural: escuchas un son y te dan unas ganas enormes de zapatear lo que sea, como lo hacen los indígenas y las gentes que son de un lugar, tenemos la obligación de crear.
Camino Real a Colima
Yo no me fui de Guadalajara en la época de los ochenta, llevo a Guadalajara conmigo adonde voy, es la tierra a la que pertenezco, pero físicamente me alejé de ella por razones políticas que no puedo mencionar, lo que sí puedo decir es que me hicieron la vida pesada en la UdeG, alguien allí dijo que se me acabó el talento, si existe el talento pos yo ya no tenía. Pero en cuanto supieron que me corrieron, me llamaron de Colima para invitarme a vivir y trabajar allá, pidiéndome explícitamente que conformara el mejor ballet folclórico de las universidades de todo el país. Y yo les pregunté ¿Y qué hay? Me contestaron “nada”. Y así empecé, con un grupo de jóvenes con poca experiencia y de complexiones muy diversas, lejos, pero al mismo tiempo cerca de la tierra que me vio nacer. Yo quería implementar los movimientos que hacía con la gente de Guadalajara, pero no era posible porque los cuerpos eran muy diferentes. Trabajé mucho, creé todo lo de Colima desde cero porque era cierto lo que me decían, no había nada.
El cuerpo puede dejar de bailar, pero la mente debe seguir danzando
Hablar de ese jalisciense nacido el 8 de febrero de 1942 en Guadalajara no es solo mencionar sus creaciones como Perro de fuego, Los salineros, Joyas Prehispánicas, Polino Guerrero, Rosita Alvirez, los Curros o los Charros o puntualizar premios y reconocimientos, es hablar del entrenamiento progresivo del cuerpo del bailarín folclórico y la lectura de los códigos de la danza tradicional mexicana a través de la técnica raza, producto de 45 años de trabajo, de creatividad, pero sobre todo de humildad, silencio y trabajo, trabajo y más trabajo.
El legado del maestro Rafael Zamarripa es patrimonio cultural y artístico intangible en el caso de los montajes escénicos y dancísticos, pero también tangible como la innumerable cantidad de esculturas que dejó a lo largo del territorio nacional, especialmente en la región occidente. Así, al pasear por Colima capital uno se topará con La ingeniería, La ciencia, El arte, La justicia, El universo, La llama del estudiante y El escultor, alzados en bronce con forma de colosos de cuatro metros de altura, mientras que al caminar por el centro tapatío hacia el Instituto Cultural Cabañas es posible sacarse una foto con el Escudo de Armas de Guadalajara, asombrarte con la historia plasmada de españoles, indígenas, mujeres y frailes, perros, banderas y caballos que le custodian la espalda al teatro Degollado en el Friso de los fundadores, o saludar al Niño sobre caballito de mar si andas por el malecón de Puerto Vallarta.
Un café, dos cafés, tres cafés y el contenido de la taza se agota, como se agota la luz del cenital durante la muerte (en realidad un feminicidio) de Rosita Alvirez, los pensamientos fluyen, los recuerdos aflojan las lágrimas y dejan los labios temblorosos y la mirada parlante; las manos se aprietan una contra la otra, cual abrazo de dos almas que ante la presión se niegan a separarse, dos amigos charlando de la vida, porque recordar no es volver a vivir, recordar es volver a pasar por el corazón, y los recuerdos reales no están en las fotografías, están en la memoria viva.
Daryel Fabián Romero Fuentes
Sobre las fuentes
I
Artículos de prensa, innumerables entrevistas, fotografías de colecciones públicas y privadas, programas de mano que quedaron como recuerdo de los que una vez trabajaron a su lado, la comprensión de Angélica Iñiguez sobre la historia de la danza en Guadalajara, las preguntas directas de la periodista Rosario Manzanos a Zamarripa en una rueda de prensa que quedó grabada y el intento de transmitir con naturalidad la voz del maestro.
II
Un niño tratando de narrar algo que no comprende, un joven que intenta comprender al niño, un adulto tratando de entender lo que el joven quiere y un anciano afrontando lo que el adulto teme y queriendo lo que el niño tiene. La vida está hecha de ciclos destinados a cerrarse una y otra vez, ciclos narrados, comprendidos y queridos u odiados desde la perspectiva de quienes nos rodean. La narración de Daryel Romero en su primer acercamiento a la investigación de las artes ofrece un diminuto fragmento de la vida y obra de una de las figuras más importantes de la danza Jalisciense, capitán del barco folclórico mexicano, Rafael Zamarripa.