Alguna vez me dijo mi abuelo: “no leas novelas románticas, sólo atrofian la mente de las mujeres con fantasías”, y aunque este juicio tiende a ser verdad, esta fantasía resultó en miles de personas practicando danzas polinesias en México, y todo por culpa de Dolores del Río que protagonizó Bird of the Paradise, encarnando el personaje de la hija de un jefe hawaiano que se enamora de un marinero extranjero de ojos azules -¿les suena familiar? Me gustaría pensar que Dolores tuvo toda la responsabilidad, pero detrás de ella estaba la maquinaria de Hollywood.
Quien vio estas películas, por ahí de los años 30, seguro quedó ávido de más historias de las islas de los mares del sur: uno de ellos fue el locutor tapatío Ezequiel Chávez, que contaba estas historias en su programa de radio. Su oficio y sus intereses lo llevaron a conocer a la futura madre de sus nueve hijos: la señorita Alicia Paulsen, que despertó su interés luego de bailar una danza hawaiana en el teatro Degollado en 1942, en una de las presentaciones orquestada por la pionera miss Bell.
Patricia Chávez Paulsen fue la hija más pequeña de este matrimonio; de niña le decían Patico y más tarde el mundo de la danza polinesia la conoció como Paty Bora Bora. Según su hermana Susana “fue concebida cuando mis papás escuchaban música hawaiana”. Entonces la Patico llegó a este mundo el 18 de diciembre de 1954, en la misma década en la que iniciaron las “clases de hawaiano” en la capital mexicana. La evolución de estas danzas fue lenta, no sólo por la velocidad en la que viajaba la información, sino porque las mismas islas apenas despertaban de vetos post-colonizadores.
Patricia creció con el renacimiento del ori Tahití, creció a 6,486.99 kilómetros en línea recta del lugar donde se bailaba el que sería su estilo predilecto, la otea. Creció cruzando el océano Pacífico, con un sueño heredado que la llevó a moverse a oscuras con un traje blanco de rafia italiana que reflejaba la luz negra del teatro Degollado. De su primera formación no pude recuperar información, aunque conociendo la historia de sus padres asumo que en su casa de infancia la música y la danza polinesias eran parte de su cotidiano.
De carácter sencillo y tranquilo, Patico parecía aguardar paciente su momento, su espacio; el destino la esperaba en el salón de danza de Chiquina Jacobo Palafox, que recién había contratado a Elizabeth Ramírez, Liz, bailarina proveniente del centro del país. “La primera camada”, como dice dulcemente Liz, estaba integrada por Paty, sus hermanas, sus sobrinas y la matriarca, la señora Alicia quien festejó su cumpleaños al estilo hawaiano con números de danza montados por la maestra Liz y sus hijas: así se hizo oficialmente su primer luau.
En los años setenta los aires de modernidad ya tenían rato en boga en Guadalajara; los primeros rascacielos fueron erguidos en Niños Héroes y 16 de septiembre, la música electrónica comenzó a escucharse en algunos círculos pequeños y el sector empresarial buscaba entretenimiento cultural para amenizar congresos, situación particularmente conveniente para esta familia de talentos, que permitió a los hermanos Chávez Paulsen conformar Los albatros, un grupo de música electrónica con sintetizadores, mientras que Paty y Marisela encabezaron el grupo BoraBora de danza hawaiana y tahitiana, que vio sus inicios con la constelación formada por Liz, Susana, Marisela y Paty, que eran contratadas, al igual que Los albatros, para actuar en actividades culturales, políticas o empresariales.
Más tarde, Paty y Marisela abrieron el estudio de Danza BoraBora y buscaron ávidamente nuevos entrenamientos privados. Pronto dieron con Leah Gutiérrez que, junto con Triny Rodríguez, Elizabeth Ramírez y Patricia Chávez conformaron los primeros grupos y escuelas de danzas polinesias de Jalisco. También tomaron clases por seis años seguidos con la maestra Teresa Corres en la ciudad de México. Para terminar la década, la familia Chávez Paulsen inauguró unas llamativas instalaciones modernistas en Providencia 1264, lugar que albergaba un estudio de música al frente, una imprenta al fondo y dos salones de danza en la planta alta. Era un edificio blanco con sus logos estampados en negro, muy atractivo para los transeúntes. Así fue como llegó un gran número de alumnas que le acompañaron en grandes etapas de su vida artística.
Durante los años 80 la escuela logró su mayor auge, realizaba funciones en el teatro Degollado y a mediados de año su tradicional luau en el ahora extinto salón de eventos del Tequila Sauza. Los números de danza comprendían en gran medida la reproducción de danzas filmadas en el extranjero o del repertorio aprendido de maestra en maestra. Frente a esta situación Patico sacaba su creatividad y hacía uso de su inventiva para lograr espectáculos atrayentes para el público local, por ejemplo, en la representación de la danza tradicional de Hawái el hula kahiko que es un ritual largo con letras cantadas en su idioma nativo, la maestra jugaba con el vestuario haciéndolo de doble vista, para cambiar de un color naranja a un color blanco en el momento cúspide de la interpretación o en el momento de hacer su aparición como solista de una otea, donde tomaba provecho de la reflexión de luces negras sobre su falda de rafia blanca, que me recuerda mucho a la famosa Serpentine Dance de Loie Fuller, pero en vez de telas girando usaba rafias en movimientos pendulares de cadera, un penacho de casi 70 centímetros de altura y los I`is, pequeñas motas de rafia que bailan a distinto tempo que la cadera.
En 1984 Tahití ganó completa autonomía sobre sus asuntos culturales, lo que dio paso a la libre expresión de la danza y cultura nativas, evento que repercutió internacionalmente. O quizá los astros se alinearon para Patico, porque en este mismo año se desarrolló el primer Concurso Nacional en México, con sede en el parque Reino Aventura, hito para las escuelas de danzas polinesias nacionales, al cual, por supuesto, asistió el grupo Bora Bora.
A mediados de la década de los 80, Myrna Di Verde, alumna destacada de Bora Bora se mudó a Los Ángeles, California, donde encontró un nuevo lugar para practicar danzas polinesias, llamado Nonosina, su directora Rikki Liufau la recibió con gusto y le dijo: “A ver, baila. Quiero ver cómo bailan en México”. Y aunque los nervios se la comían ella bailó, lo hizo con percusiones en vivo, con gente nativa de la polinesia, en otro idioma; el resultado fue que el lenguaje del cuerpo no miente, no necesitó traductores, entonces la directora le dijo a Myrna, “quiero conocer a tu maestra”.
La invitación se concretó en 1989. En una carta, la amorosa maestra Paty Bora Bora le cuenta a Myrna cuán feliz fue al conocer Nonosina. Escribe: “Con ganas de volver en cuanto pueda, con ninguna maestra me había sentido tan a gusto, enseña bien y [es] fácil de aprender”. Paty termina la carta compartiendo el vocabulario dancístico del hula que acababa de aprender en el seminario de Lowena West -quien, por cierto, fue el primer kumu que visitó nuestro país. Este año no sólo fue de provecho para Paty y la danza polinesia en México sino a nivel mundial, ya que a sólo 6,486.99 km en línea recta cruzando el océano Pacífico, en el festival llamado Heiva, celebrado anualmente en la isla, ganó el primer grupo hura ava tau (amateur) en la historia, dirigido por Gilles Hollande, hecho que abría las puertas a expresiones cada vez más diversas y modernas de Ori Tahití.
Pero los pesados noventa llegaron, la escuela logró hacer una última presentación en el teatro Degollado en 1992, antes de que la crisis del fin de sexenio de Carlos Salinas de Gortari azotara. “Aparte de la reducción de alumnos, los materiales de los vestuarios tuvieron que economizarse”, platica Mireya Alonso, amiga y gran apoyo de Paty Bora Bora. Continúa: “ella era amante de los detalles, perfeccionista y detallista, buscaba siempre como representar a estas culturas con el mayor de los respetos, pero la crisis y el cambio del dólar nos hizo buscar alternativas”. La rafia china fue el menor de los males noventeros, su amiga y exalumna Claudia reconocía en Paty la serenidad ante la tempestad, la habilidad para encontrar soluciones o aprendizajes. Todas las entrevistadas coinciden en que no hubo un solo grito, ni un solo improperio, nuestra maestra no tenía tiempo para malgastar su energía de ese modo.
Para estas fechas Mary había dejado de dar clases, y aunque la escuela sobrevivió a cambios de domicilio y cada vez menos alumnas, no pudo resistir mucho más y cerró por unos años. En esa dura época, Paty se dedicó a ayudar a su hermana mayor en el famoso restaurante de comida mexicana La pianola. En una foto del personal aparece Paty parada en calma. Otra vez esperando su momento.
Cecilia, su sobrina, tenía un espacio bastante grande en su jardín de niños El tesoro escondido, lugar que le ofreció para que ella pudiera seguir con sus clases. Esta fue la última morada de Bora Bora. Allí nuestra pionera vio crecer a su querida alumna Jessy Muñoz, en quien veía, según sus amigos y familiares, a una hija o quizás su propio reflejo.
La escuela renació dando talleres en universidades y clubes deportivos. Fue así como se convirtió en maestra del Tec de Monterrey, espacio que le permitiría concretar el proyecto que 16 años atrás se había planteado: traer seminarios de la escuela Nonosina.
La maestra observó cómo los seminarios de danzas polinesias eran escasos, poco difundidos, o con poco material didáctico y casi siempre ofrecidos sólo a un pequeño gremio; al observar estas ventanas de oportunidad decidió organizar cursos que abarcaran muchos más niveles de especialización, otorgaba pareos de distinto color según el nivel más una camiseta conmemorativa y tiempo después del seminario distribuía el material grabado, las letras de las canciones impresas y traducidas al español, más un diploma de participación. Era todo un trabajo de difusión cultural, en cuanto terminaba un seminario comenzaba la planeación del siguiente; gracias a este empuje los seminarios en Jalisco tomaron un nivel de organización que se distinguió por un tiempo de otros estados de la república.
Paty trajo a Mevina y Tiana Liufau (hijos de Rikki) a Guadalajara cada año entre 2005 y 2012, a impartir cursos de danzas polinesias. Ese entrenamiento favoreció al desarrollo profesional de muchos bailarines y escuelas del occidente del país; la fiebre por elevar el nivel de los bailarines se incrementó y terminó en un selectivo de seis bailarinas que viajó a Los Ángeles, California, representando a Jalisco, en 2008.
Dicho selectivo estaba conformado por Conny Medina, Leilani Ríos y Karla González entre otras; estas bailarinas fueron acompañadas por sus respectivas maestras: Triny Rodríguez de la escuela Haleakala, Leah Gutiérrez de Danzas Polinesias de Guadalajara y por su puesto Patricia Chávez Paulsen de Bora Bora.
Las invitaciones que Paty hizo a maestros internacionales tuvieron tal impacto que, a partir de entonces, cada año en noviembre, escuelas de todo el país se reunían en las instalaciones del Tec de Monterrey campus Guadalajara para tomar los seminarios. Cursos para principiantes, intermedias, avanzadas y maestras y la proliferación de tanes (hombres) bailando polinesias. Estos seminarios contenían un recorrido por varias islas, como Samoa, de donde proviene la familia Nonosina; Nueva Zelanda, conocida por sus kapas hakas de guerra (aunque estas pueden tener otro tipo de temas) y de ori Tahití, principalmente oteas y aparimas, éstas últimas se distinguen por sus movimientos suaves y de mímica que acompañan la letra de la canción.
No pasó mucho tiempo para que Triny Rodríguez organizara un reconocimiento a Patricia Chávez Paulsen, por su labor como promotora cultural de danzas polinesias, ya que estos seminarios, así como su labor en general, constituyeron una puerta de entrada a estos mundos, popularizaron las danzas y contribuyeron a su profesionalización en México.
Pero fue más allá, y tuvo un impacto en el mundo: la sociedad Bora Bora-Nonosina en México era un hecho. Incansablemente, Paty Bora Bora seguía tomando cursos particulares de música, cultura y danzas polinesias, y su generosidad la llevaba a compartir sus conocimientos prácticamente con quien se acercara a ella. Junto con una de sus sobrinas, también bailarina, abrió brevemente una escuela en España; allá y acá entrenaba a sus alumnas para presentaciones anuales en Los Ángeles y las dejó competir cinco años después del inicio de sus seminarios, cuando consideró que estaban listas. Fue después de tanto trabajo que Nonosina invitó a la escuela a bailar en la isla del heiva.
Fue una época de recolección de frutos, las chicas de Bora Bora ganaron varios concursos y el grupo se consolidó cuando obtuvieron Mafatu no Tahiti en 2012 con la mejor aparima tradicional y con la participación de las solistas: Jessy Muñoz, Arianna Madrigal, Gabriela Madrigal, Yazmín Borbolla, Natalia Garcia, Karina Gonzalez, Katia Gonzalez y Karla Gonzalez, mano derecha de Paty Bora Bora. Las cartas estaban sobre la mesa, las promesas del proyecto soñado por la maestra se estaban cumpliendo…
“Yo moriré bailando”, le dijo al doctor en algunas ocasiones; tenía tan solo 18 años cuando le abrieron el pecho por primera vez. Todos estos años mostró orgullosa su cicatriz que recorría su esternón y costillas, en más de una ocasión estuvo a punto de colapsar antes de salir a escena, pero nunca se rindió, jamás dejó que esa válvula fallona definiera su vida, por lo tanto, no tendría por qué definir su semblanza.
Guadalupe Patricia Chávez Paulsen murió con su sueño de pisar Tahití el 28 de enero del 2013. A las puertas de una iglesia católica fue despedida con una valla de percusiones tahitianas donde se dieron cita gran número de escuelas, maestras y bailarines que en su honor bailaron la última aparima que Paty había ensayado con sus alumnas. Ante los ojos atónitos de los testigos sólo había amor y una especie de orgullo solemne, un orgullo que solo se puede sentir cuando estás de pie en el cortejo fúnebre de los humanos que han dejado huella en este mundo.
La palabra aloha, según la kumu Liz Ramírez, se traduce literalmente como amor, aunque su significado va desde la aceptación de la realidad, el autoconocimiento y como éste te puede brindar a ti y a los tuyos felicidad o plenitud existencial. Estoy segura de que Paty vivió en aloha, fue conocedora de sí misma como solo las personas que escuchan y dialogan con su cuerpo lo son, ella comenzó a preparar a sus alumnas para ayudarles en el quehacer artístico, las adiestró como maestras, como bailarinas y como un grupo unido. Sabía que el valor de esta danza está en la cohesión de las bailarinas, ella misma lo compartió con sus amigas de toda la vida en “los jueves de Pianola”. El cuerpo de Paty Bora Bora ya obedecía al cansancio de su corazón, pero las clases que daba seguían el ritmo que la vio nacer como maestra, al son de su indicación verbal, a la corrección de la mirada fija, al eterno enunciado del maestro de danza: “otra vez, hasta que salga”.
Jessy, la alumna consentida de Paty Bora Bora, alcanzó el máximo sueño de su maestra al pisar y danzar en un heiva en el 2013; posteriormente se mudó a Los Ángeles, donde tiene su propio estudio de danza. Sin embargo, como parte de la sororidad que tiene con su cuna dancística, ella y las hermanas Kary, Katia y Karla fundaron la escuela Bora Bora Nui en Guadalajara, a casi dos años de la partida de su maestra, desde este lugar le han rendido varios homenajes póstumos como Somewhere over the rainbow en el foro Palcco de Zapopan en 2017. El reconocimiento más reciente fue dentro del concurso Tiurai 'Ori Tahiti 2021 organizado por la maestra Conny Medina.
A las maestras que desarrollaron su carrera en la misma época que Paty les tocó un mundo totalmente distinto al actual, la información no viajaba tan rápido como hoy, se cree que la primera clase de danzas polinesias se dio en Tamaulipas en los años 30, las primeras escuelas abrieron en los años 50, el primer concurso sucedió en 1984 y el primer seminario en 1989, en la capital mexicana. No había muchas nociones de los pasos, de la lengua o de la verdadera tradición, pero al ser parte de Nonosina y tras descubrir cada vez más el mundo del ori Tahiti, a Paty se le ocurrió crear el primer espectáculo con música, danza y lengua tahitiana que transmitiera una historia tan local como la de su propia familia. Me gusta creer que su sueño no murió con ella y que en este momento se cocinan el tema, la música y la danza en alguna de las escuelas que surgieron gracias a su herencia.
No hay receta para el duelo; en cada una de las entrevistas que hice y en cada una de las negaciones de información puedo observar cuánto hace falta la personalidad desprendida de Paty Bora Bora, colegas y alumnas la recuerdan por su capacidad de dar y su generosidad con la frase ella se daba. Era tan generosa que se daba en un detalle cuando le mandaba cartas a los familiares de sus bailarinas, en un dulce a las niñas que no conocía e iban a los seminarios, en una canción que compartía con alguna maestra amiga, en una invitación a bailar en otro país, en su sonrisa “que había heredado de su madre”, como ella decía. Fue una digna representante de las culturas polinesias que renacieron en el amor a la familia, a los ancestros y a la naturaleza, una cultura que, como ella, se da, manifestándose en miles de bailarinas alrededor del mundo.
Elegancia, amor, liderazgo, sonrisa y amistad son las palabras con las que alumnas y colegas recuerdan a Paty Bora Bora, pero yo me quedo con la palabra corazón y como soy la autora le agrego abierto. Yo creo que su corazón quedó abierto desde la primera cirugía, tan abierto que aún cabemos todas las ramas de su legado y tan abierto que creo que abarca más de 6,486.99 kilómetros en todas direcciones. Aún se siente su aloha y teniéndola presente aquí seguimos bailando.
Liliana Torres