Por enésima vez ensimismado encima en una cima
o en una cima encima ensimismado por enésima vez
I
Aferradas ambas manos al metal de un andamio, con los pies apoyados en línea paralela a los barrotes y en actitud de acecho, se delinea la figura de un bailarín plegado sobre sí mismo encima de una de las crucetas de la estructura. Acto seguido suelta sus manos y se eleva sobre uno de sus pies en un movimiento explosivo, fuera de centro, para apoyarse en un travesaño. Expande el cuerpo con los brazos en cruz y abre la boca en un grito apagado, en un gesto de dolor profundo. Es Onésimo González, One, para los amigos, Chémino para la familia. Interpreta Duelo por un estudiante que se estrenó en la Guadalajara de 1975 y que el coreógrafo compuso en homenaje al movimiento estudiantil de 1968 y al episodio del 2 de octubre de ese mismo año. Onésimo González, el bailarín que dejó un inestimable legado en una pequeña ciudad mexicana. El mismo siglo que lo vio nacer parió la danza moderna y poco antes de extinguirse lo vio también morir en los brazos de su hija Endrina.
Onésimo quemó sus naves y vino a Guadalajara. Pudo disfrutar de su posición de solista en la Ciudad de México, recibir los laureles de la fama ganada a lo largo de tantas compañías recorridas. Pudo quizá, quedarse en Estados Unidos, donde fue bien recibido por la vanguardista compañía de danza posmoderna de Alwin Nikolais, o probar suerte con cualquiera de aquellos con los que estuvo becado, como Alvin Ailey, Martha Graham, Robert Joeffrey, Murray Louis. Pudo haber continuado en la primera compañía del Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández, y aspirado a envejecer viajando a cada continente, acaso con mayores posibilidades de una remuneración decorosa. “Por alguna razón, Onésimo se enamoró de Guadalajara y valió madre”, comenta como prefacio al estallido de una carcajada, Cuauhtémoc, uno de los primeros integrantes del grupo Integración. “Quien sea podía bailar, entre nosotros había una señora, Rosa, creo; ensayábamos por lo menos cuatro horas diarias: hasta el menos favorecido bailaba”. Se refiere a Rosa Castañeda, quien en 1992 formará su propio grupo, al igual que tantos de aquellos que pasaron por el Integración, grabado ya en la historia de la danza tapatía. Esta actitud hacia las naves explica quizá por qué se queda en Guadalajara, y por qué, tres meses antes de morir y con una salud deteriorada, se empeña en dirigir una función ante el difícil público de la secundaria pública veintitrés.
Onésimo es una silueta difusa. Hemos de mirarle a través de la reminiscencia que dejó su imagen en las miradas cercanas, las invocaciones que dejaron sus reflexiones, la pregnancia de su voz. Hemos de esbozar un retrato hablado para que la fotografía roída que tenemos de él se reconstruya y los sonidos que vibran con ese nombre evoquen un sentido distinto. Uno que nos permita descansar la mirada del apabullante ruido de la palabra repetida hasta el cansancio, de los rumores, de las habladurías y de las ficciones.
Así como en los juegos en los que palabras se repiten ininterrumpidamente o hasta que los sonidos se tropiezan entre sí, o hasta que las palabras repetidas parecen perder el significado de su definición original por un momento; el nombre de Onésimo parece haber perdido el contenido, porque se ha enunciado ya tan incansablemente, entre dientes, brindis, muecas o declaraciones, y a veces desde territorios tan distantes, que se han generado ecos destemplados, disonancias, bullicio. Su significado parece haberse fragmentado, porque de la vida y obra del artista se funda una celebración para la danza mexicana que se edifica en una institución que prevalecerá por 22 años, para desplomarse luego en las carpetas de funcionarios tan provisorios para la comunidad dancística, como fundamentales para el cauce de tantos creadores futuros.
II
El humo de un cigarro siempre encendido cuya ceniza se mantiene íntegra sobre el equilibrio de su mano; una melodía de Chuck Mangione que suena bajito en una radio de bulbos, el sonido de las olas del mar, un corazón que lentamente dejó de andar y apagó la luz del escenario de una vida casi entera en la danza. Hijo de un padre ferrocarrilero y de una madre que tocaba la mandolina. Neolonés inquieto pero laborioso. El menor de los cinco hijos de la familia coahuilense de tradiciones y entusiasmo febril ante la música y el baile: amenazó a sus padres con partir a África como misionero si no lo dejaban bailar. Consiguió que papá Nicho le dijera “baila, haz lo que tú quieras, pero no te vayas”. Onésimo Adrián González Arredondo nació poco antes de mediados del siglo XX, en un mundo en el periodo de entreguerras y en un país en plena reforma agraria. Creció en la aparente impavidez del campo, al mismo tiempo que crecían en México el Muralismo, la novela de la Revolución Mexicana y la danza en la época de su mayor esplendor.
Bajo el cobijo del México posrevolucionario, la danza mexicana crecía seducida por el rumbo trazado por las coreógrafas norteamericanas Ana Sokolow y Waldeen von Falkestein; y al que se integra el talento nacional como el de Ana Mérida, Rosa Reina, Magda Montoya, Nellie Campobello, Gloria Campobello, Guillermo Arriaga, Guillermina Bravo, Gloria Contreras, Amalia Hernández y el de tantos otros que entregarán su experiencia de vida a tender un puente con el público a través del cuerpo. Movimiento nacionalista en el que participarán músicos como Silvestre Revueltas, José Pablo Moncayo, Carlos Mabarak y músicos españoles refugiados como Rodolf Halffter. El trasfondo ideológico de este episodio fue el de la búsqueda de una identidad en la danza mexicana que no fuera clásica, ni folclórica, ni prehispánica. Se diluirá a principios de la década de 1950 aunque muchos bailarines tendrán una inquietud creciente por tal identidad; Onésimo será uno de ellos.
La pasión del creador por la danza moderna nació casi de manera simultánea a su iniciación con el mundo del arte dancístico. “El movimiento del cuerpo humano necesita el apoyo de la música, necesita el espacio, una relación con la escenografía o con los espacios que crea la arquitectura”. De la Escuela de Música de la Universidad de Nuevo León, al grupo de danza moderna que iniciaba Daniel Andrade, fue vital la Academia de la Danza Mexicana que había sido traída por la Sociedad Artística del Tecnológico de Monterrey, y que bailó La manda de Rosa Reyna y El Chueco de Guillermo Keys, más otras piezas de Waldeen y Sokolow.
Onésimo bien podía haber bailado como solista en algún teatro de Centroamérica, de Rusia, Italia, Francia, Suiza, Nueva Zelanda, Canadá, de los Países Bajos; o bien en el suelo pedregoso de la Sierra Tarahumara. Con los pies descalzos, el torso desnudo y un paño improvisado con un chal, hizo honor al jefe rarámuri, cuando Rafael Zamarripa quería incluir una coreografía de esta tradición. “Bueno, nosotros ya bailamos, ahora ustedes báilennos”, pidió el líder de la comunidad. “Vamos a bailar El Venado”, susurró Onésimo a su joven acompañante, que haría de Pascola y que, junto con él, fascinaría a una comunidad que miraba extasiada ante los saltos y “reían como niños, daba gusto ver su alegría”.
Primogénito de tantos colegas en la incipiente danza moderna de Guadalajara. Hacer danza es también crear vínculos estrechos. Para Paloma, Onésimo es el recuerdo de una familia despidiéndola en un andén, en un gesto amoroso y necesario en las horas previas a su llegada intempestiva a la Ciudad de México. Años después descubriría que su maestro lo recomendó directamente con Amalia Hernández. Lo que no sabría entonces, es de aquella llamada telefónica, en la que él le pediría a la memorable coreógrafa “te encargo mucho a mi niña, yo sé que es tu parienta, pero es mi niña, y yo te la encargo mucho”.
III
No es que sea fundamental que un creador realice más de 130 obras coreográficas. O que dicte, hasta quedarse sin voz, tantas y tan variadas conferencias de la historia de la danza, de los nahuas de Tuxpan, de la influencia de las danzas españolas en México o de las lesiones en bailarines. No es sustancial que reciba distinciones o cumplidos; o que prospere tras la herencia de una época de oro en la danza mexicana en la que se bailaba aquí lo que no se bailaba en ningún otro lugar del mundo, aun fuera de los márgenes del folclor y lo prehispánico. No es vital que haya pasado por tantas compañías extranjeras y mexicanas, estudiando, y que haya bailado en grupos tan importantes que están cincelados en la efigie de la danza en México. Es que quizá la anomalía merezca un paréntesis, un momento para preguntarnos acaso alguna cosa.
Quizá preguntarnos cómo miraba la vida un hombre que luego de todo ese camino buscara una tierra para sembrar maíz, cebolla, rábanos. Qué percibía de las almas que cruzaban en algún punto su camino o qué reconocía en el rostro, “ese rostro del indígena, del campesino, que lleno de sudor: muestra la expresión de su mundo, de las diferentes edades y ritos, ese rostro de los ancianos cansados, de los adultos preocupados, de los jóvenes que no tienen ningún problema y de la alegría de los niños, todo ello se refleja en el rostro de los danzantes”. Qué pensaba al hablar del arte puro.
De la voz de la “luz de sus ojos”, se percibe un eco profundo y entrañable, su recuerdo atraviesa y sosiega el alma. “Él cantaba. Era mi amigo, mi confidente. Siempre alegre”. Itzel, rememora de él el placer de comer, de escribir crucigramas, de escuchar las voces de Bola de Nieve, los sintetizadores de Kitarō o el ritmo de Toña la Negra y de su alegría constante, surcos del retrato que delineamos. Vivir en una casa que siempre estaba llena de gente. Crecer con un hombre que amaba la vida: “Le gustaba la naturaleza, el mar, nadar. Trabajábamos juntos. Se enfermó del corazón”.
Para Sonia, su compañera de tantas andanzas, es un beso en la frente, el ritmo acompasado de alguna melodía de guaracha, rumba, son, guaguancó, merengue, danzón, chachachá, mambo o samba argentina. Ritmos tropicales en los que eran una sensación juntos. El olor a hierbas y especias, de aceite crepitando en la sartén, cebolla y ajo sofritos. Una cocina llena de él y de sus hijos, espacio privilegiado para el artista en una casa siempre llena de gente, de amigos y de familia, y para los cuales cocinar camarones, chamorro o cualquier otra delicia, era uno de los deleites especiales. Quizá aquel día contemplando el paraje de Tepoztlán cuando el montículo sagrado les devolvió la mirada mientras que el pequeño Elías pateaba, se guardaba y crecía ya en el vientre de su madre.
Lo importante de la danza es que sea auténtica, verdadera. Fabiola explica que si bien Onésimo era exigente con la técnica, no se decantó por la ella como “la verdad” de la danza. Para ella, su pequeña alumna adoptada del CEDART por su avidez y su devoción, y por quien pidiera un permiso especial para que pudiera asistir al Festival Iberoamericano de Danza, Onésimo está parado entre las piernas del teatro, mirándola. Una joven temerosa que apenas comienza a entender la magnitud de bailar junto a las figuras que están presentes, se sostiene de esa mirada de confianza que tanto necesitaba en aquel entonces. A diferencia del epígrafe de este texto, no fue el ensimismamiento uno de sus rasgos, sino la apertura y la generosidad.
Tantos nombres se remueven al fondo de ese río que es la historia de un pionero: un Muro en el Puerto de Veracruz; una obra Para una mujer sola; un Dueto a secas; el sentimiento de impotencia en un Duelo por un estudiante; un Proceso al hombre o un Danzón, inspirando en la obra de su cómplice de la escultura y de la danza, Rafael Zamarripa, quien devolviera el gesto de reverencia esculpiendo un busto que ha permanecido por mucho tiempo en la escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara; un Encanto de la melancolía que titule un texto alguna vez. Rastrear en los registros de un artista como Onésimo es estar frente al paraje inmenso, y no saber a veces, dónde poner los ojos primero.
Nadie puede mirarse dos veces en el mismo río. El cauce cambia las aguas, pero el tiempo nos cambia siempre la mirada, si lo vemos fluir. Ningún caso tiene posar la misma mirada, fija en una historia que es también devenir. Fue un Viernes de Dolores el día en que el bailarín, maestro y amigo se despidió de este mundo, dejando en el camino el paso apresurado de Sonia, que corría a toda prisa con un presentimiento oprimido para descubrir que llegó minutos después de la posible despedida.
De todo lo que han hecho nuestros antecesores nada puede deshacerse ya. Homenajear a la estirpe de la que está hecho nuestro linaje poco tiene que ver con legarle algo de la dignidad que bien pudo faltarle en su peregrinaje por esta vida. Ellos han habitado su propia historia, han vivido su vida y han bailado ya su muerte. Bien sea como Chémino, zambullido en las duras olas de Pie de la Cuesta nadando extenuado, bien sea depositado cálidamente en forma de cenizas sobre las aguas del Puerto de Veracruz. Homenajear a los ausentes en todo caso, cambiaría el corazón de nuestra memoria danzante, que con un leve murmullo puede contarnos la historia de un hombre que vivió en una pequeña ciudad y bailaba.
Melissa Esparza
Sobre las fuentes
De las carcajadas y las lágrimas, de las miradas clavadas en algún lugar del pasado, de los insistidos agradecimientos, de los recuerdos recogidos al viento, de las confesiones dichas a veces como un susurro, son los relatores: Cuahutémoc Íñiguez Parada, Fabiola García Ángeles, Itzel González Salcedo, Sonia Margarita Salcedo, y Paloma Martínez. Corresponden a ellos los nombres que se han dejado sin apellido en el relato, no por ser poco importantes las voces de aquellos que han prestado su testimonio personalmente, sino para permitirnos verlos un momento sin su carga institucional.
De otros se obtuvo la información de manera virtual, como el diario El Informador, que con dispuesta convicción abre su vasta hemeroteca para dejarnos escudriñar el tiempo aquel en que la historia se escribía de otro modo. La red social de Facebook dispuesta en fotografías, nombres y datos. Los canales de Youtube de DanzaNet TV, del Cenidi Danza José Limón, del bailarín Carlos Hernández y de la Secretaría de Cultura.
Algunos breves gestos y palabras, murmullos entrañables, de la voz estampada en entrevistas, videos y registros del maestro Onésimo González.