Es efusiva, reparte bendiciones y recomienda curarte las contracturas con un algodoncito remojado en vinagre de manzana. No hace más de una semana la escuché entonar su frase triunfal: ¡A la carga, valientes! Asocia la fuerza de una contracción con la de un rinoceronte y para ella el baile se vuelve poesía cuando se respira el movimiento. Cuando la conocí pronunció los diálogos de La lente maravillosa, una obra de danza para niños que montó a su grupo; aquella plática se volvió toda una escenificación de la anécdota que partió desde el susto petrificante de uno de los pequeños espectadores hasta la dramatización de los diálogos de un bicho.
He reflejado bailarines desde 1993, en ese año me instalaron en la pared frente a mi hermano gemelo tras la reciente inauguración del Centro Cultural San Diego, en el centro tapatío; desde entonces vivo en este salón de danza. Al principio no me gustaba tanto estar aquí porque pese a que este barrio es tranquilo, eso de despertar a las 8 de la mañana con el taconeeeo de los claaavos sobre la duela me enfurecía, dime, ¿a quién le gusta que lo levanten de madrugada con el escándalo del arpa, la jarana y el contrabajo? Pero sabrás que, si me retumbaba todo el vidrio templado o no, eso le daba igual al maestro René Arce, quien entrenaba con el Grupo Folklórico Ciudad de Guadalajara. Ya vivía en la resignación, pero un buen día el señor Arce llegó con una tal Olivia Díaz, que para que entrenara a sus alumnos y dije ¡no puede ser, más ruido! Ella tomó la grabadora y puso un disco, las canciones de René Aubrey y otras pistas instrumentales fueron llenando el lugar. Aún sigue usando algunos de esos discos ¿eh? Ya hasta tienen la caja rota los pobres, últimamente pone Dralión y Saltinbanco del Cirque du Soleil. Las clases se ponen bien místicas con esas atmósferas. Como te decía, no se me olvida su llegada y tampoco imaginé que hasta seríamos amigos; a veces le ayudo a corregir las posturas de los tercos que se empeñan en curvar la espalda en el release. ¿Que cómo sé de danza moderna y otras cosas? Pues uno aquí aprende porque aprende, de hecho, yo no tenía idea de qué era eso del Graham y el Nikolais hasta que vi sus clases, pero mi parte favorita de todo fue que comenzaron a bailar descalzos ¡no más taconazos! Venía muy recomendada, o al menos eso alcancé a escuchar en voz de las secretarias. Decían que llegó a Guadalajara en diciembre de 1987 acompañada de su esposo y su hijo porque decidió abandonar el Distrito Federal debido a la contaminación excesiva de la capital. Su idea principal era comprar una casa grande en donde pudiera abrir su propia escuela de danza, así como la mayoría de los bailarines, que quieren más salón con duela que casa para vivir, con barra de estiramientos y toda la cosa, aunque, en fin, los planes tuvieron que cambiar.
Al año siguiente Déborah Velázquez la acogió como maestra en el Instituto Cultural Cabañas cuando el recinto dejaba atrás sus labores de hospicio para comenzar a funcionar como el espacio cultural que conocemos actualmente, con salones de danza donde instalaron a algunos primos míos; ahí coincidió con Antonio González y Ricardo Aguilar, un bailarín de Pablo Serna que se volvió muy cercano a Olivia, al grado que llegó a ser su sucesor como maestro de Graham. En otra ocasión me enteré de que en esa misma época formó el Taller de Danza Contemporánea de la dirección de Extensión y Difusión Cultural de la Universidad de Guadalajara; aún no existía ninguna licenciatura en danza en Jalisco y ella incidió en la preparación de muchos bailarines durante los cuatro años que dirigió el proyecto, entre ellos, Juan Magallón, Maricruz Bejarano, Ricardo Aguilar, Martha Bayardo, Larissa González, Mónica Calderón, Martín Lira, Elizabeth Mercado, Claudia Herrera, Rafael Carlín, Erika Mercado y Conrado Morales, yo ni los ubico a todos pero tengo otros primos que trabajan con ellos y me han contado que la mayoría son figuras destacadas del medio dancístico. Después de semejante chisme entendí que no estaba frente a cualquier persona, ¡estaba reflejando a una pionera, a la par que ella construía su lugar en la historia de la danza local! Comprendí que en medio del incipiente movimiento de lo que se estaba perfilando como danza contemporánea, ella fue de las primeras en dar técnicas de danza moderna que hasta entonces no se habían impartido con esa profundidad y metodología.
Actualmente Olivia da Nikolais, Limón, Graham y acondicionamiento físico, este último es una mezcolanza bien sabrosa de yoga, pilates y más, donde sientes músculos que ni pensaste que tenías y una conciencia corporal que buueeno. Ella, con su experiencia, ha seleccionado ejercicios específicos para entrenar a los bailarines, aunque puede asistir cualquier persona que quiera explorar y fortalecer su cuerpo. Moshé Feldenkrais figura entre sus referentes, tanto en la teoría como en la práctica; la danesa Gerda Alexander, con su eutonía, también está en esa lista. Justo bajo estos principios, en la semana les explicaba a sus alumnos que el movimiento parte de la energía, una energía que atraviesa los huesos, luego los músculos y la piel, para finalmente proyectarse en el espacio. Decía que el movimiento tiene que ser poético, que si buscan hacer lo que está haciendo el otro no va a funcionar, porque deben sentirlo desde ellos mismos y encontrar el impulso en su interior. Yo me he pasado la vida reflejando el movimiento de los otros y me pregunto ¿qué es eso del movimiento que viene del interior? ¿No se trata solo de copiar una serie de instrucciones para desplazarse y ya? Esa Olivia siempre me intriga y ya hasta le he agarrado cariño. Hubo una época muy divertida, pero antes, tengo que decirte que después de comenzar a entrenar a los chicos de folclor, el maestro René la invitó a abrir su propio taller y, partiendo de ahí, quiso formar una compañía con los chicos que venían, así surgió el Taller Experimental de Danza Contemporánea del Ayuntamiento de Guadalajara. Nombres más nombres menos, terminó por convertirse en Creatomobilis. Te decía, pues, que hubo un tiempo muy divertido en el que a esta mujer le dio por invitar a profesores de otras disciplinas para entrenar a su grupo. Trajo expertos en ballet, en teatro, en música, pero luego se puso más experimental y optó por el Chi Kung. Lo que sí me dio miedo fue una vez que trajo a Fernando Concilión, un luchador de peso completo, para que les diera clases de lucha libre a sus estudiantes. Ahí tenías a todo mundo dando maromas y saltos en las colchonetas, haciendo caminatas en cuclillas por todo el salón y yo tiemble y tiemble porque sentía que en cualquier momento me caía encima alguien. Olivia lo que quería era que sus alumnos ampliaran sus horizontes y sus propios límites. Creatomobilis fue un proyecto que duró alrededor de dos décadas. La maestra aprecia y agradece mucho a todos los bailarines con los que trabajó; tiene un collage en la pared de su oficina con las fotos de algunas de sus presentaciones y otros álbumes donde se resguardan más que fotografías. Pusieron bastante esfuerzo, pero mantener la propuesta se complicó cada vez más con los cambios administrativos y recortes presupuestales; al final Olivia tomó la decisión de concluir con esa etapa. Yo la veo y me muevo con ella, tengo bien guardados los movimientos de los más de veinte años en los que ha trabajado dando clases en este espacio. La sigo viendo llegar todos los días a las 9:00 de la mañana, bien arreglada, entusiasta y lista con su ropa de trabajo para dar clases. Aun cuando hay un solo alumno, cumple con su labor y lo hace con la misma entrega y gusto que el primer día que pisó este centro cultural. A sus 65 años, dice que mientras se pueda mover, ella seguirá dando clases. Creo que si hay algo que la caracteriza es su disciplina y su permanencia a pesar de las adversidades que se presentan para las artes escénicas, de la carencia de proyectos culturales de largo aliento y de las decisiones administrativas que pueden, de un día a otro, dar fin a trabajos que tomaron años en desarrollarse.
Bailarina, coreógrafa y maestra, Rosa Olivia Díaz Cervantes, mejor conocida como Olivia Díaz, nació el 8 de septiembre de 1955 en la ciudad de Guadalajara. Creció en la casa de sus abuelos paternos, a quienes lleva en la memoria con un profundo afecto. Uno de sus primeros acercamientos al baile se remonta a las tardes de su infancia correteando en los patios al lado de sus primos; ahí encontró su primer escenario y recuerda:
"Cuando tenía alrededor de seis años, íbamos a la casa de mis primas y ahí, junto con otro primo, jugábamos a ser artistas. En esa casa había una recámara con una gran ventana, junto a ella había una bardita, entonces nos encantaba subirnos y ese era el escenario, ahí nos poníamos a cantar. Mi primo, bien simpático, se ponía un sombrerito, bailaba, cantaba y se movía. Usábamos una bocina que había creado mi abuelo, entonces, lo que cantabas de un lado se escuchaba en otro lugar. Ya que nos bajábamos de la barda nos poníamos a bailar y entre todos decidíamos cómo íbamos a salir y quién se iba para un lado y quién para el otro, nos sentíamos muy artistas. En esa etapa no imaginábamos o deseábamos ser artistas, para nosotros lo que valía era el juego del momento y lo que sentíamos."
Para hablar de su formación como bailarina tenemos que atravesar una serie de historias que parten de las ilusiones de Rosita (como llamaban de cariño a Olivia en su casa), quien a sus nueve años le insistía a su abuelita que la llevara a clases de ballet luego de ver algunas funciones a blanco y negro en la televisión. Es hablar de una adolescente que, siguiendo el consejo que años atrás había recibido de su tía abuela, a los 16 años, comenzó a trazar su camino con el arte del cuerpo al lado de su primera maestra de baile, Eva Robledo, quien la llevó a presentar sus primeras funciones con el Ballet Metropolitano. Es contarles que, pese a sus miedos, tomó la determinación de dejar a su familia para irse a vivir a la Ciudad de México, en donde repartiendo boletines de prensa, redactando presupuestos, haciendo archivos y demás tareas administrativas, mantenía los gastos de su estancia para seguir entrenando dentro del Seminario Ballet Nacional de México con Antonia Quiroz, Luis Fandiño, Miguel Ángel Añorve y Alejandra Serret. Es decirles que, con el impacto y la emoción de presenciar una pieza del Ballet Nacional, en sus viajes a la capital supo que la danza contemporánea era el género que quería bailar. Tiempo después fue aceptada en la escuela de Danza Moderna gracias a una convocatoria que surgió por parte de la escuela de Amalia Hernández, suceso que la condujo hasta los salones neoyorquinos en agosto de 1976, cuando recibió una beca para tomar un curso intensivo de tres semanas con el reconocido coreógrafo, compositor y diseñador Alwin Nikolais, creador de la técnica que lleva su apellido. Aunque uno de sus objetivos era formar parte de la compañía del Ballet Nacional, decidió cambiar de dirección lo cual la llevó a pertenecer a otro gran proyecto: el Centro de Investigación Coreográfica (CICO), a cargo de Lin Durán, donde se formó en técnica Graham, Limón, Falcon y ballet clásico, ahí permaneció de 1980 a diciembre de 1987.
Una puede apreciar su figura grácil con una chispa de calidez y buen humor. Es pequeña, pero con una energía que se proyecta hacia todos lados. Usa telas estampadas y siempre le gusta verse impecable, el día de la entrevista llegó con unos aretitos que recién había comprado mientras caminaba por las tiendas de Juan Manuel y el mercado Corona, pues no quería perder ni un detalle para estar presentable, incluso retocó su melena cortita, su look infalible desde hace ya bastantes años.
49 es el número de abanicos colgados en una de las paredes de su casa, también es el número de años que tiene su camino dentro de la danza. Cuatro y nueve suman 13, año del 2000 en el que uno de sus más queridos proyectos, Creatomobilis, cesó. Nueve son los personajes locales incluidos en esta plaquette y cuatro son los meses que pude estar cerca de la memoria para contarles un poco de su historia.
Carolina Gaspar
De las fuentes
Una parte medular de este trabajo está construida desde la observación y la escucha, durante cuatro meses estuve yendo una o dos veces por semana al Centro Cultural San Diego a platicar con la maestra Olivia, a quien le agradezco enormemente su disposición y todas las cosas valiosas que me compartió. Estar varios días en ese lugar me permitió escuchar las clases de la maestra, mientras fotografiaba los documentos del archivo inmenso, viajaba a la historia entre fotos, notas, programas de mano y certificados. Pude presenciar sus clases de Graham y tomar las de acondicionamiento físico; pude ver la grabadora vieja y los discos de música con sus cajitas quebradas; estuve muchos días en la oficina rodeada de los cuadros con fotos y carteles colgados en las paredes; sentí la duela pandeada en la planta de mis pies descalzos, y escuché las expresivas correcciones de la maestra mientras el camión de la basura pasaba por la calle de un costado. Me tomé una foto con los espejos gemelos de su salón.
Esta historia también se formó desde distintas fuentes y a partir de aquí les hablaré de números. Recurrí a 50 notas periodísticas, seis videos, 70 fotografías, 65 programas de mano, cinco carteles y 69 documentos que incluían certificados, constancias y reconocimientos. Figura también un ejemplar de la revista La Pirouette. Consulté una entrevista a la maestra Oliva Díaz hecha por Martha Hickman, así como los libros Bailar en Guadalajara de Angélica Íñiguez, La Eutonía de Gerda Alexander y Autoconciencia por el movimiento de Moshé Feldenkrais. También grabamos una entrevista con la maestra Olivia en la sede de la Secretaría de Cultura de Jalisco. Tuvimos un conversatorio con Paula González Rencoret y asesorías con Ana Marrufo y Lola Ponce, quienes nos guiaron con aportes muy valiosos para la investigación y la escritura, así como el acompañamiento y asesorías de Velvet Ramírez y Angélica Íñiguez a lo largo de todo el proceso.