Pulque, tostadas de cueritos y cerveza de raíz, ingredientes perfectos para nuestro primer encuentro.
Es fácil reconocer a Antonio González desde lejos, su altura y delgadez lo hacen destacar. Estaba sentado en una banca con las piernas cruzadas y su inigualable porte de bailarín. Miraba el templo Expiatorio en calma, como si el cubrebocas no le impidiera respirar libremente y como si admirara el edificio supuestamente neogótico que tenía enfrente.
Ya que es un artista, no me hubiera sorprendido que en ese momento se levantara a improvisar inspirado en lo que alcanzábamos a ver desde nuestra banca, pues Antonio, con solo juntar las palmas, nos regala danza.
Si caminas al lado de Antonio ocurre que más de algún extraño voltea, pues su cabellera, libre como él, obliga a todo individuo a hacer una pausa en sus pasos. Además, no por nada es conocido en la comunidad dancística como el Extra Large, por eso, con el solo hecho de caminar y seguir sus pasos, sucede que, si estás jorobado, te alineas, o si tienes pereza, la abandonas, porque si no es así, Antonio te dejará hablando solo, no por descortés, sino porque no le alcanzaste el paso.
Tuve que encontrar la manera de mantener la plática y la respiración; fue entonces cuando me pregunté si todo este asunto de alineación, respiración, ritmo, velocidad y energía sucede con el simple hecho de caminar junto a él, ¿cómo sería entonces el proceso de aprendizaje dentro del salón de danza con Antonio como profesor?
En el proceso de formación Antonio te explica el high release con la imagen de la María Félix fumándose un cigarro. Te recuerda la reacción que hace tu cuerpo con el piquete de la bedoyecta para identificar el motor de la espiral. Tienes que forzar un estornudo para realizar rebotes sin soltar el abdomen. Por consecuencia, comprendes la técnica sin darte cuenta y tu cuerpo te lo agradece.
En este proceso de formación se encuentra Margarito, cómplice y compañero que se convirtió en la extensión de Antonio, como una prótesis al cuerpo. “Margarito es mi báculo de poder con el que discretamente dirijo a la gente marcándole el ritmo, la pausa y el tiempo del movimiento”.
Es difícil creer que Antonio tuviera timidez en los festivales, que se escondiera entre los pasillos de la primaria Cedros Liborio para no participar en algún bailable; aunque sabía que algo lo diferenciaba de todos los demás, encontrar ese algo fue un camino que tuvo que descubrir solo.
Con Antonio sucedió que nadie lo llevó de la mano a clases de danza, nadie se enteró de si necesitaba zapatillas, calentadores, o leotardos para su clase, él desde entonces fue independiente, postura que ha sostenido a lo largo de su trayectoria profesional.
Cuando surgió en Antonio la necesidad de acercarse al arte, entendió que el ser independiente era una opción. Formó su proyecto dancístico en 1990 con el nombre de NeodanzaBallet Teatro Independiente y decidió no recibir recursos externos, situación que persiste actualmente y por lo cual es respetado y reconocido por la comunidad dancística en Guadalajara.
Pensemos por un momento en todo lo que ha tenido que vivir Antonio al frente de un grupo de danza desde 1990: cambios administrativos, gubernamentales, cambios de pensamiento, de integrantes y hasta cambios en la manera de reproducir la música. El Foro de Arte y Cultura ha sido una trinchera de lucha desde donde se ha enfrentado a todos los cambios, pues ahí entrena con su compañía de lunes a viernes de 8:00 a 12:00 del día. Al mismo tiempo ha sido la única manera en que ha aceptado recibir apoyo gubernamental.
Que Antonio se dedicara al arte fue difícil de comprender para su familia de comerciantes. “Vengo de una familia común y corriente, más común que corriente o más corriente que común, no lo sé, ninguno con inclinación artística, aunque hay un secreto a voces de que mi madre tomaba clases de flamenco a escondidas”, dice.
El culpable de despertar su interés por la danza fue un radio antiguo en la casa de la familia González Juárez; en él solía escuchar durante gran parte del día la estación XEJB de AM en medio del ritmo habitual de una familia numerosa con todo y mascota.
Podría decirse que el hecho de encender la radio en aquella sala sin privacidad suscitaba un momento de exploración personal para Antonio, lo que lo impulsó a conocer la danza.
En la década de los 60, el Instituto Mexicano del Seguro Social abría, por primera vez un taller de incipiente danza moderna, con la maestra Celina López, mientras que Helen Hoth y Dulce María Silvera del Callejo hacían lo suyo en la danza clásica; al mismo tiempo que se consolidaba, con Rafael Zamarripa, el Ballet Folclórico de la Universidad de Guadalajara en la Escuela de Artes Plásticas.
En esa época de cierta efervescencia, la señora Elvira Juárez Gutiérrez se presentó en un hospital en el barrio antiguo y tradicional de Mezquitán el 17 de enero de 1962. Una mescolanza de olores conformada por pan horneándose, elotes asados, camotes enmielados y tierra mojada por una lluvia suave y delicada, formó el escenario olfativo para darle la bienvenida a José Antonio González Juárez.
Con una Guadalajara tan conservadora en la que en 1951 los tapatíos acusaban a la academia de la maestra Helen Hoth de inmoral e indecente por llevar a sus estudiantes a presentarse en tutú al teatro Degollado, no fue fácil para Antonio pensar en dedicarse a la danza en medio de tantos tabús y obstáculos que se seguían presentando ¡aún en la década de 1970! No obstante que figuras como Onésimo González, Pablo Serna, Carlos Iñiguez y muchos otros, ya abrían camino en la danza contemporánea, dejando una historia imborrable en nuestro estado.
El primer contacto que Antonio tuvo con la danza fue en 1973 en la Escuela Normal de Jalisco. Don Lolo, como le decían de cariño a José Dolores González Rivas, su padre, fue el encargado de hacerle ver su capacidad para dirigir a sus ocho hermanos con órdenes concretas y con voz firme, infundiendo en ellos disciplina; así se convenció de aspirar a profesor normalista en 1982.
Mientras cursaba la carrera, entró al taller complementario Club Artístico de Gimnasia Olímpica. “Era el lugar en donde quería estar, aunque me sintiera como elefante en un hormiguero, por mi altura y mis virtudes”, recuerda entre risas.
En 1984 Antonio logró convertirse en profesor y asesor coreográfico de gimnasia artística, rítmica y deportiva, varonil y femenil, del CODE Jalisco y tuvo la oportunidad de asesorar coreográficamente a la gimnasta Cynthia Valdez en 1991.
Con las herramientas que ofrece la gimnasia, decidió presentarse con nervios, entusiasmo y seguridad a la tan aclamada audición para hombres en el Instituto Cultural Cabañas (ICC), en 1983. Sería injusto no mencionar a la mujer que le cambió la vida, Deborah Velázquez La Corazona, a quien conoció al entrar al salón de danza, grabadora en mano, para realizar la audición, gracias a la que quedaría dentro del alumnado del ICC y del Ballet Clásico de Jalisco.
En el ICC recibió clases de técnica con los maestros Olivia Díaz, Raúl García, Sergio Vicencio y Carlos Íñiguez; con este último descubrió una nueva forma de expresión al acercarlo a la danza contemporánea, género con el que explotaría su creatividad y que sería su estandarte a lo largo de su trayectoria dancística.
En la década de los noventas existían en Guadalajara las Danzaterías, casas antiguas donde se exhibía pintura, teatro, danza y poesía. Ahí los “neodanzos”, como eran conocidos, solían presentar las obras Te sigo amando, El falso profeta y El canto del paladín.
El cuarteto de la muerte, como lo llamaba Toño (a quien me atrevo a llamarlo así pues él para mí es el maestro Antonio), se presentaba en todo tipo de escenarios. Llevar la danza a toda la sociedad tapatía fue su intención desde un inicio. Yolanda Tiscareño, Jesús Caudillo, Nicolas Flores y Felipe Alonso, son bailarines que recuerdan a Toño con mucho cariño por ser cómplices de su primer proyecto dancístico. En 1995, Neodanza cambió de nombre a Arcanum y tuvo participaciones en los Miércoles de Danza, programa instituido en la década de los setenta por Bellas Artes de Jalisco, luego Secretaría de Cultura de Jalisco.
En los siguientes dos años, Antonio continuó trabajando con colegas y bailarines que ya contaban con una formación previa. Más tarde decidió ser él quien formara nuevos cuerpos a su manera, con técnica y expresión, es así como surgió en 1998 La Líbido [sic.], haciendo referencia a la energía vital acordando mantener la decisión de continuar siendo un grupo independiente. Fue aquí cuando la vocación de enseñar de la que hablaba Don Lolo cobró fuerza. Antonio buscaba que el bailarín no se quedara como una máquina fría de la ejecución.
Muerte y renacimiento
“La Líbido, lejos de proponer suprimir la muerte, propone vivir precisamente y hacerlo de tal manera que al final, no resulte doloroso morir”.
Flor de Loto
Trágicamente, en un accidente automovilístico perdieron la vida cuatro de los integrantes de La Líbido cuando iban rumbo a San Gabriel, Jalisco, a dar una función como parte de las Rutas Rulfianas que organizaba Radio Universidad de Guadalajara. Flor de Loto, Laura Carolina, Héctor Alejandro y Wendy Xitlalli, dejaron un vacío en la comunidad cultural entera y en Antonio una soledad con la que tendría que aprender a vivir. “Nunca volvió a ser lo mismo, mis compañeros, colegas y amigos me ayudaron a levantarme para renacer”, recuerda Toño.
En esta pausa necesaria en la que Antonio encontró la capacidad de reordenar su vida y darse la oportunidad de continuar, llegó al ITESO, donde encontró apoyo y tomó fuerza con Minimal, proyecto coreográfico que nació dentro del taller de danza contemporánea.
En la misma época, en un estudio de danza con la maestra Rita Millán, se presentó la oportunidad de construir un proyecto dancístico llamado Naif, el cual se transformó en el 2005 en Quebranto. "Cada grupo es distinto, porque cada integrante tiene su propia biografía, cambiamos de nombre por lo que percibo con la gente con la que trabajo, busco que cada proyecto represente a los intérpretes”, explica Toño.
Artefactia es el proyecto en el que Antonio ha logrado concretar y construir un discurso estético con sus integrantes Cynthia Castro y Adolfo Galván. Con este proyecto ha participado en festivales como el Festival Internacional de Danza Contemporánea, el Festival de Mayo y el Festival Cultural en Poza Rica, Veracruz, con obras como Óperas lúbricas, Bocetos y Bondage.
Para Antonio no termina aquí su trabajo como director, bailarín, maestro y coreógrafo. La danza es vital para él, continuará creando todos los días, dejando un camino en el que podamos reconocer su independencia, porque hablar de danza independiente siempre será hablar de Antonio González.
“Antonio González es inspiración incansable, rebelde, místico, generoso, poeta del cuerpo, es uno de mis hermanos de la danza”, dice mi querido maestro Rafael Carlín.
La historia seguirá en la memoria, dentro de los archivos de danza, nunca será olvidada mientras sea contada con cuerpos sinceros en movimiento. Porque bailar, con alguien o para alguien, es el sentido de la vida.
Magaly Jasso
De las fuentes
Construir las memorias de Antonio González para el archivo fue una experiencia en la que prevaleció la sinceridad.
Platicar con Antonio siempre será un deleite y haber contado con toda su disposición facilitó que avanzáramos a buen ritmo en la investigación. Agradezco la colaboración de Adolfo Galván y Cynthia Castro, por el tiempo que prestaron a las entrevistas y por la aportación de documentos.
La visita realizada al Foro de Arte y Cultura contribuyó con datos específicos de la trayectoria del maestro, encontrado ahí los latidos de la Compañía Artefactia.
Autores cómo Angélica Íñiguez con el artículo “danza de la herencia clásica a la moderna y contemporánea” dentro de la Enciclopedia Jalisco en el mundo contemporáneo y Josué Cabrera con su libro La danza contemporánea. Surgimiento en el mundo, su llegada a México y su devenir en la ciudad de Guadalajara, aportaron datos que me ayudaron a contextualizar la época en la que Antonio González desarrolló su carrera.
Que Antonio me permitiera conocer al ser humano fuera del salón de danza, fue primordial para una visión más amplia, pues descubrí a un hombre que compartió sus vivencias con una memoria lúcida, recordando detalles, olores y nombres completos de quienes han participado en cada época de su vida.